La semana pasada estuvimos comentando los diferentes tipos de hambre según Jan Chozen. Clasificar de esta manera los tipos de hambre, nos puede hacer reflexionar e identificar mejor cual estamos manifestando en ese momento. Y, así, distinguir entre hambre emocional o hambre fisiológico.
Normalmente asociamos hambre emocional a sentimientos negativos, pero no siempre van asociados a estos. Lo que si que es cierto es que el hambre emocional nos ha ido acompañando toda la vida, desde que éramos bebés. De hecho, el acto de la lactancia se podría considerar en parte hambre emocional. Se establece un vínculo entre la madre y el bebé. Para el es el lugar de calma.
A medida que pasamos a la infancia esta relación continúa, en este caso desgraciadamente ya va cogiendo una connotación negativa.
Empezamos a usar como premio o castigo la comida. “Si te portas bien te podrás tomar un helado…” “No te levantarás de la mesa hasta que comas todo lo que tienes en el plato…”. Este tipo de “chantajes” son bastante contraproducentes. El niño no asocia una conducta a un tipo de alimento, cuando realmente tendría que asociar un tipo de alimento a si es saludable o no.
Y así nos pasamos la vida, conectando el comer con sentimientos. Aunque no todos son malos. Ahora mismo, en la situación que nos encontramos nos morimos de ganas por sentarnos alrededor de una mesa a comer con nuestros familiares y amigos y disfrutar de la comida en su compañía. Comer también es cultura, gastronomía y tradición. En este caso la relación sólo puede ser positiva.
Lamentablemente los casos en los que normalmente existe alimentación emocional sí que suele ser negativa.
Cuando nos dan una noticia o pasa alguna cosa que nos genera sentimientos muy fuertes e intensos se nos “cierra el estómago”. Este sería uno de los casos, aunque se puede presentar al revés. Si estamos llevando una dieta un poco más estricta o con alguna restricción y nos dan una noticia que nos genera frustración, tristeza, dolor o enfado; es más que probable que dejemos apartada la dieta, porque “tenemos la cabeza en otros asuntos” o “no estamos para hacer dieta”. Seguro que os reconocéis en alguno de estos pensamientos. Es bastante normal que ocurra, no siempre se está lo suficientemente motivado para hacer dieta. En ese momento lo que menos necesita la persona que lo está pasando mal por el motivo que sea, es sentirse además mal por no seguir la dieta. El problema viene cuando ya no se retoma más.
El último caso que nos podemos encontrar. Cuando buscamos en la comida un alivio por algo que nos ha pasado de manera puntual. Tenemos que estar alerta ante estas situaciones, ya que es muy fácil entrar en un círculo vicioso. El jefe me ha llamado la atención, como para sentirme mejor; me siento mal culpable por haber comido; es que no soy capaz de hacer nada de manera correcta; vuelvo a comer; me siento peor.
Seguimos la semana que viene.